Ciencia-ficción dura en el idioma de Cervantes. 1: La ciencia-ficción dura son los padres

75797_408504865904274_1039419942_n(Con este artículo introductorio comencé en 2015 una colaboración con la revista Supersonic. Se trata de una serie sobre ciencia-ficción dura escrita en español que continúa a día de hoy. Mi intención es ir colgando aquí los artículos anteriores de la serie, para que estén a disposición de quien quiera leerlos. Este primero apareció en el #2. Que lo disfrutéis.)

Hablar de ciencia-ficción dura es un poco como hablar de Dios: todo el mundo tiene claro lo que es, pero a la hora de expresarlo en voz alta nos encontramos con que la idea del vecino es tan intolerablemente distinta a la nuestra que, con algo de mala suerte, nos veremos abocados a una suerte de guerra religiosa. Navegando por la red uno se encuentra con todo un abanico de definiciones que, aunque a primera vista puedan resultar similares, no son en absoluto lo mismo cuando se miran en detalle. Así, mientras que para la Wikipedia basta con que «conceda especial relevancia a los detalles científicos o técnicos de la narración», para el Sitio de Ciencia-Ficción, mucho más exigente, es «la que se sitúa en un marco físico coherente y en un entorno completamente respetuoso para con las teorías y conocimientos científicos y técnicos del momento de redactar la obra».

Lo malo de este tipo de definiciones es que, en cuanto uno les busca las vueltas, encuentra agujeros que el definidor seguramente no pretendía: por ejemplo, yo podría escribir una novela en la que las naves espaciales acelerasen hasta romper la barrera de la luz gracias a un extraño elemento, central en la trama, que describiría con minucioso detalle y enrevesada jerga científica, que ya con eso pasaría el filtro de la Wikipedia… y haría llorar, de paso, a todo físico que la leyese. Y en cuanto a la segunda definición, la más estricta, podría argumentarse que la Historia cómica de los Estados e imperios del Sol de Cyrano de Bergerac, en la que el protagonista viaja al Sol en una máquina dotada de una especie de paneles solares, no solo es la primera obra de ciencia-ficción sino que también pertenece a su vertiente más dura —es respetuosa con lo poco que se sabía entonces—, pero no es ése el verdadero problema: en realidad, las fronteras del conocimiento científico —en las que la especulación adquiere sentido— son tan difusas que a menudo los propios científicos sostienen agrias peleas para defender que su modelo, incompatible con el de su oponente, es el que mejor describe la realidad y es, por tanto, el que debemos pasar a considerar como «conocimiento».

Personalmente y como escritor, he llegado a la siguiente conclusión: la ciencia ficción dura son los padres. Vamos, que no existe. O, más bien, que es una mera categoría, una etiqueta de esas que a nuestro encéfalo le resultan tan útiles para abarcar un mundo lleno de grises y continuos sin terminar tan desquiciado como un personaje de Phillip K. Dick. En realidad, no recuerdo haber leído ni visto una sola obra especulativa que sea absolutamente respetuosa con el conocimiento científico-técnico. Por poner dos ejemplos recientes muy conocidos y, por lo general, alabados por su verosimilitud: si Gravity fuera completamente rigurosa, la película duraría cinco minutos, lo suficiente como para constatar que los protagonistas, en su precaria situación, no pueden viajar del Telescopio Espacial Hubble a la Estación Espacial Internacional. Ambas instalaciones se encuentran en órbitas diferentes, a altitudes muy distintas, así que los pobres astronautas se pueden dar por muertos (en realidad ni eso, ya que la catastrófica devastación causada por el desastre que sirve de detonante a la trama es, sencillamente, absurda). En Interstellar, por otro lado, se pasan toda la película buscando la forma de «vencer» a la gravedad para poder evacuar a la población de la Tierra de forma barata y efectiva y, sin embargo, usan una lanzadera para bajar ¡y subir! de los planetas propulsándose como si de un Ala-X de Star Wars se tratase (pues oiga, construya usted unas cuantas de esas y ahórrese la misión, la nave a Saturno y la película entera).

Igual estos dos ejemplos no te parecen de ciencia-ficción lo bastante «dura». Pero seguro que Cita con Rama, de Arthur C. Clarke, sí. Esta novela es notable por el rigor con el que trata la astronáutica y la física que experimentan los protagonistas en el interior de Rama, esa enorme nave de origen desconocido que pasa de visita por el Sistema Solar. Todo es absoluta y completamente respetuoso con el conocimiento científico-técnico, salvo algo que Clarke, de forma hábil e intencionada, deja en la sombra: el método de propulsión de Rama, que describe como un gran pináculo rodeado de otros seis menores entre los que se suceden misteriosas descargas eléctricas. Todo muy vago y enigmático porque, ya sabes, «cualquier tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia», como reza su tercera ley (¿y no es esto, precisamente, la excusa perfecta para saltarse el rigor cuando conviene a un fin mayor?).

Antes de que se te pase por la cabeza que mi intención es denostar libros y películas que en realidad me gustaron, te confesaré algo: no recuerdo siquiera haber escrito yo mismo algo completamente riguroso. Nadie (creo) dudaría que El legado de Prometeo es una novela de ciencia-ficción dura; pues bien, cuando hice los cálculos de empuje de los motores iónicos de la Éxodo, me encontré con que era diez veces menor de lo que necesitaba para llevar a los protagonistas hasta Némesis, a dos años-luz, en tan solo veinte años. Y como era eso o quedarme sin novela, me saqué de la manga un empuje diez veces superior al que se puede alcanzar con un motor de iones (y esto no es una cuestión que una tecnología más avanzada pueda salvar, me temo: tercera ley de Newton, ¡es lo que hay!). Y aún hay más y con mayor enjundia. El proceso de Penrose de extracción de energía de un agujero negro, un truco de la naturaleza tan increíble como impecable desde el punto de vista de la física, fue descrito por Roger Penrose en los años 60 del s.XX y es aquí el novum central de la novela. En esencia, consiste en mandar una cápsula en vuelo rasante a un agujero negro. En el momento de máxima aproximación, la cápsula lanza hacia atrás una carga (que puede contener basura, alguien que nos caiga mal, o ambas cosas), y como consecuencia gana una barbaridad de energía cinética —le roba energía de rotación al agujero negro, literalmente—, que podemos convertir en electricidad recogiendo la cápsula con unos railes electromagnéticos como los de ese tren japonés que va por ahí levitando. Así lo hacen en la novela para solventar los problemas energéticos de la humanidad. Pues bien, en realidad, la carga de la que uno se va a deshacer debe lanzarse al agujero negro, al menos, a la mitad de la velocidad de la luz. De lo contrario el invento no es rentable en términos energéticos. ¿Conoces alguna manera de lanzar algo a 150.000 kilómetros por segundo? Yo tampoco, pero preferí omitir ese «pequeño» detalle por la misma razón dramática.

En fin, que, al igual que en un número de magia, en la ciencia-ficción que consideramos «dura» también hay truco. Si yo tuviera que probar suerte con una definición del asunto (y arriesgarme a que le busquen las cosquillas, que seguro que las tiene), sería la siguiente: «ficción que especula sobre ciencia y tecnología plausibles, apoyándose en el conocimiento actual de manera que la narración mantenga visos de verosimilitud». La clave está en que ese visos de verosimilitud, o, en otras palabras, que resulte creíble. Esto desplaza el foco hacia la percepción del lector, hace que la «dureza» otorgada a la narración dependa de aquél: lo que para mí es ciencia-ficción dura quizá a un biólogo le parezca risible, y viceversa. Y, de paso, deja la puerta abierta para que el autor se salte el rigor —sutilmente o a la torera— en pos de un propósito narrativo mayor. Porque al final, no lo olvidemos, la cosa va de eso, de contar historias que nos asombren, que estimulen nuestro sentido de la maravilla y en las que podamos ver reflejados aspectos de nuestra humanidad. De lo contrario, escribiríamos ensayos y documentales, no ficción.

En próximas entregas de esta serie y usando esta definición, daremos un repaso a una muestra del género escrito originalmente en español. Vaya por delante que dicha muestra no es en absoluto representativa y que por lo tanto tendrá omisiones graves y hasta imperdonables, además de cosas que no a todo el mundo le parecerán ciencia-ficción dura. Consiste en algunas obras que he leído más las que con mucha amabilidad (¡gracias!) me han sugerido José Antonio Cordobés Montes, patrón de la red social Ficción Científica, y Cristina Jurado, escritora, antóloga y una de las responsables de esta locura de publicación llamada Supersonic.

Hasta la próxima.

Acerca de Miguel Santander

Tras el Horizonte de Sucesos
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